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Opinión Salvador Sostres

El peligro de los referendos

La complejidad de gobernar no puede resolverse en urnas de quita y pon, ni está a nuestro alcance, con nuestra pobre información, tomar decisiones de sí o no como si toda pudiera reducirse a la pasión encontrada de un Clásico.

El presidente Sánchez ha abierto una consulta pública sobre la opa del Sabadell; el presidente Macron se someterá a un gran referendo para afrontar el último tramo de su mandato. Felipe González sometió a referendo el ingreso definitivo de España en la OTAN.

Con los años, el expresidente ha sido muy crítico con aquella decisión y ha explicado que fue una irresponsabilidad preguntar a los ciudadanos lo que él tenía que haber resuelto como dirigente. El presidente González, que hizo campaña contra el ingreso en 1982, cambió de opinión con lo que aprendió en el poder y defendió luego la entrada. Según él, tendría que haber obrado en consecuencia de su nueva postura y convocar luego elecciones para que los ciudadanos pudiéramos opinar sobre si nos sentíamos estafados por su cambio de parecer. Pero erró, ha reconocido en repetidas ocasiones en los últimos tiempos, en trasladar a los españoles una decisión que le correspondía a él como presidente, y que sólo él tenía los datos y los matices de por qué la entrada de España en la Organización era no sólo conveniente sino del todo imprescindible.

Felipe González tiene razón y los referendos los carga el diablo. Aznar dijo del exprimer ministro David Cameron: “este chico lleva un referendo de más”, cuando aún no había convocado el del Brexit, de tan nefastas consecuencias para todos. Corresponde a los líderes políticos tomar las decisiones. Corresponde a los ciudadanos votar o no votar a sus dirigentes en función de las decisiones que han tomado. La complejidad de gobernar no puede resolverse en urnas de quita y pon, ni está a nuestro alcance, con nuestra pobre información, tomar decisiones de sí o no como si toda pudiera reducirse a la pasión encontrada de un Clásico.

La democracia representativa consiste -y que nadie se ofenda- en alejar lo máximo posible las decisiones concretas del pueblo. Por eso votamos parlamentos y no presidentes o alcaldes. Por eso es cada cuatro años y no cada final de ejercicio. No porque seamos una dictadura o una democracia de mentira, sino porque de quien principalmente tiene que protegerse un sistema ordenado y libre es de las bajas pasiones de la masa, sobre todo si todos los votos valen igual.

Que la Ley, en este mismo sentido, esté por encima de las votaciones -es decir, del poder- es de vital importancia para evitar noches de los cristales rotos o marchas de fanáticos sobre la ciudad reclamándose “el pueblo” o “la mayoría social”, para someter a los que no piensan lo mismo. Los referendos son el recurso de los tiranos.

Y lo mismo que sucede en un país sucede en una empresa. Es verdad que no es lo mismo la titularidad pública que la privada, tu dinero o el de todos. Pero la manera de proteger los intereses de los trabajadores no es colgando al patrón de los pies sino creando más negocio y más riqueza. Guiar es más importante que preguntar y la libertad que en lo público tienes para votar cada cuatro años, en lo privado consiste en cambiar de trabajo. Si un empresario convoca consultas obreras para decidir sus próximos pasos, o las tiene compradas de antemano y quiere justificar lo injustificable haciendo ver que la decisión no es suya, sino de “su gente”; o bien se está suicidando como empresario y quienes más lo van a sufrir son sus trabajadores cuando se queden sin su puesto y sin su salario.

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