Mientras medio mundo se pregunta si Trump logró colar otra vez la presidencia con el único plan de repetir su primera temporada, los mercados ya han empezado a responder. Y no con calma precisamente. Estados Unidos acaba de registrar su primera contracción de PIB en tres años. El crecimiento anualizado del primer trimestre ha sido de -0,3%. Un dato que por sí solo ya bastaría para encender las alarmas. Pero si además le sumamos el desplome del dólar, la parálisis de las inversiones internacionales y el regreso de las guerras comerciales… Houston, tenemos un problema.
¿Y los próximos 100 días?
Hay que estar preparados porque lo que viene puede ser todavía más intenso. Para empezar, la tregua arancelaria vence en apenas dos meses y medio. Y si Trump decide no renovarla, podríamos entrar en una guerra comercial total con China, Europa, Corea del Sur y medio planeta más. No hablamos de una posibilidad lejana. Hablamos de algo que está en las manos del presidente y que podría activar con solo firmar un documento.
Pero la tensión no se queda ahí. JPMorgan ha pronosticado una recesión inminente. Su economista jefe, Michael Feroli, anticipa contracciones del PIB en el tercer y cuarto trimestre de este año, con un aumento del desempleo hasta el 5,3% y un entorno de estanflación. Es decir, estancamiento económico con inflación persistente.
Trump, por su parte, ha negado cualquier responsabilidad. Culpa a Biden, asegurando que él no asumió el cargo hasta el 20 de enero y que los aranceles aún no han tenido tiempo de surtir efecto. “No tiene NADA QUE VER CON LOS ARANCELES”, escribió en mayúsculas, pidiendo “PACIECIA”.
Además, está el frente fiscal. El Congreso tendrá que decidir si aprueba o no el plan de Trump. Y aquí no hay garantía de que salga adelante. Los republicanos están divididos, los demócratas lo rechazan de plano y cada nueva medida genera una nueva crisis en el mercado de deuda. El Tesoro necesita captar cientos de miles de millones en nuevas emisiones para financiar los recortes fiscales. Pero cada vez hay menos compradores dispuestos a asumir ese riesgo.
Y ojo con la Reserva Federal (Fed). Porque si los datos de inflación no bajan y el crecimiento sigue en negativo, el dilema será total. Powell no puede bajar los tipos sin arriesgar su credibilidad. Pero tampoco puede quedarse quieto mientras la economía se desacelera y la presión política sube como la espuma. La reunión del 7 de mayo puede marcar un antes y un después.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Vayamos por partes. Los primeros cuatro meses de Trump han sido una tormenta. Ha recortado programas sociales, despedido a decenas de miles de empleados federales y disparado aranceles a diestro y siniestro. El resultado más inmediato ha sido el desplome del comercio internacional, desconfianza entre aliados y un nuevo clima de tensión global que recuerda a los peores días de la Guerra Fría.
Pero aquí viene lo preocupante. Porque a diferencia de 2017, esta vez la economía estadounidense no está saliendo de una crisis. Ahora el contexto es completamente distinto. Venimos de años de gasto desbocado por la pandemia, deuda pública disparada, tipos de interés elevados y una Fed que lucha por mantener la inflación a raya. En este escenario, cualquier movimiento brusco tiene efectos multiplicados. Y eso es justo lo que estamos viendo.
Trump ha puesto sobre la mesa un paquete fiscal que podría costar entre 4,8 y 5,3 billones de dólares. Entre sus promesas está la eliminación de impuestos sobre propinas, horas extras y Seguridad Social. Suena bien hasta que miras el agujero que eso deja en las cuentas públicas. El propio Senado ha estimado que esta medida podría disparar la deuda nacional hasta los 60 billones de dólares en 2055, es decir, más del 230% del PIB.
El mercado no ha tardado en reaccionar. El bono a 10 años se disparó hasta niveles del 4,5% tras los primeros anuncios de aranceles. El dólar cayó en picado frente al euro. Y los grandes fondos internacionales han frenado en seco sus inversiones. Basta con mirar el calendario. Wall Street está descontando los 69 días que restan para que termine la tregua arancelaria el día 8 de julio. Y hasta entonces nadie quiere mover ficha.
¿Y mientras tanto? La economía se congela. El consumo se ha ralentizado, la inversión está en pausa y las ventas de coches alcanzaron su máximo justo antes de la entrada en vigor de los nuevos aranceles. Pura anticipación. Las empresas han inflado sus inventarios para capear el temporal y eso ha maquillado el dato del PIB. Pero ojo, porque a partir del segundo trimestre se espera una corrección en toda regla.
Mientras tanto, la opinión pública también ha reaccionado. El 54% de los ciudadanos desaprueba la gestión del presidente. Y lo que más les preocupa es precisamente la economía y los aranceles. Porque una cosa es querer proteger la industria nacional y otra muy distinta es provocar una desaceleración global.
El impacto en el bolsillo ya está aquí
El CBPP es el Center on Budget and Policy Priorities (Centro de Prioridades Presupuestarias y Políticas, en español). Es un think tank progresista con sede en Washington D.C., especializado en el análisis de políticas públicas relacionadas con el presupuesto federal de Estados Unidos, los impuestos y los programas sociales.
Pues bien, el CBPP calcula que la combinación de recortes de impuestos regresivos, aranceles masivos y recortes en Medicaid podría restar 1.870 dólares anuales a las familias del 60% más pobre. Para el 20% inferior, la pérdida sería de 2.270 dólares. Mientras tanto, el 1% más rico recibirá un beneficio neto de 25.500 dólares. Esto no es redistribución. Esto es una transferencia de riqueza a la inversa.
Pero aquí no acaba la historia. Porque a todo esto hay que sumarle el problema estructural del comercio global. Los bancos de inversión han detenido operaciones por valor de miles de millones. Las OPV en Europa están paralizadas. Y los grandes compradores de deuda están esperando. China, Japón, Alemania… nadie quiere comprar bonos de un país que parece dispuesto a jugar a la ruleta rusa con su moneda.
La rentabilidad del bono a 10 años no consigue romper a la baja el 4,25% porque hay una desconfianza generalizada sobre el futuro del dólar. El propio Trump ha insinuado que quiere un dólar débil para exportar más, sin importar los costes internos. Pero esa estrategia tiene límites. No se puede disparar la inflación, aumentar el gasto y esperar que el mundo siga financiando alegremente tus caprichos. Y aquí llegamos al gran interrogante.
¿Puede Wall Street seguir subiendo con esta tormenta encima?
Esta semana el S&P ha rebotado con fuerza tras una caída brutal. Ha vuelto cerca de los 5.500 puntos, pero el dinosaurio sigue allí y los datos de crecimiento han desinflado las expectativas de un rebote serio. La deuda sigue creciendo. El comercio global está en jaque. La Fed está acorralada. Y el presidente sigue lanzando bombas políticas cada lunes.
Los mercados han demostrado tener piel dura. Pero no son invencibles. La volatilidad no es una moda pasajera. Es el nuevo normal. Y en ese contexto, las apuestas no son tan claras como parecen. Puede que estemos viendo un simple rebote. O puede que se avecine algo más serio.