Un jardín zen. Un árbol monumental. Una cúpula que filtra luz artificial en tonos ámbar. No estamos en un spa de lujo en Tokio, ni en una sala VIP del aeropuerto de Doha, sino en el umbral de un búnker subterráneo diseñado para resistir la Tercera Guerra Mundial. Así comienza El refugio atómico, la nueva y ambiciosa producción de Netflix España, firmada por Álex Pina y Esther Martínez Lobato el dúo detrás de fenómenos globales como La casa de papel o Sky Rojo. Pero esta vez no se trata solo de una serie, sino de una propuesta narrativa, visual y simbólica que pretende reconfigurar el imaginario del apocalipsis.
Porque si algo tiene claro esta producción es que el miedo vende. Y el lujo, más aún.
El colapso como punto de partida
La pandemia, las tensiones geopolíticas, la inteligencia artificial descontrolada, el cambio climático… Vivimos en lo que los expertos llaman policrisis. No es casual que la idea original de El refugio atómico naciera tras una noticia sobre la proliferación de búnkers de lujo construidos en EE. UU. y Europa para millonarios que querían garantizar su supervivencia ante cualquier desastre global. Netflix vio una oportunidad: convertir esa distopía en una serie capaz de generar conversación, merchandising, y por qué no reflexión.
Pero si el miedo es la emoción que impulsa la trama, el deseo es lo que la envuelve. El refugio atómico está concebida como un espacio aspiracional: bajo tierra, sí, pero sin rastro de oscuridad o claustrofobia. Todo es redondo, mullido, brillante. Hay spa, gimnasio, piano bar, una ludoteca para niños, apartamentos de diseño mid-century con domótica avanzada. Un espacio para no sufrir. Para resistir con estilo. Y ese contraste es el corazón de la propuesta.
Una estética millonaria, pensada para durar
Desde su primera imagen promocional una captura de guion versión número 48 hasta su gigantesco set de rodaje de más de 8.000 m² en Colmenar Viejo, todo en El refugio atómico respira inversión y planificación. El plató, anteriormente usado como prisión en Vis a vis o como Fábrica de Moneda y Timbre en La casa de papel, ha sido completamente rediseñado para esta producción. Se ha traído tecnología de grabación de Alemania, Holanda y Estados Unidos, se ha rodado con drones en interiores y se ha creado un entorno que permite tomas fluidas, sin cortes ni interrupciones entre estancias.
“La cámara puede seguir a los personajes sin parar, como si fuera un videojuego”, explicó Álex Pina durante una visita de prensa. “Queríamos crear una experiencia inmersiva, no solo una historia”.
Netflix España, ante su mayor apuesta de contenido original
Diego Ávalos, vicepresidente de contenidos de Netflix para España y Portugal, lo dice sin rodeos: “No ha habido una serie tan ambiciosa en la historia de España como esta”. Lo dice mientras repasa las cifras: años de desarrollo, decenas de versiones del guion, equipos interdisciplinares trabajando en I+D, marketing, dirección artística y narrativa. Y una misión clara: que El refugio atómico se convierta en la serie más vista de la historia de Netflix en España, y una de las más exportables del catálogo europeo.
No es una ambición descabellada. Netflix lleva años apostando por crear contenido localizado que trascienda fronteras. Lo logró con Corea del Sur (El juego del calamar), con Alemania (Dark) y con España gracias a La casa de papel. Pero en un mercado cada vez más competitivo, donde plataformas como Apple TV+, HBO o Prime Video lanzan productos de altísimo nivel visual, Netflix necesita más que una buena historia: necesita una experiencia.
Y eso es lo que El refugio atómico propone.
Dos familias, un solo refugio, muchos conflictos
En el centro narrativo de la serie encontramos a dos familias enfrentadas por heridas del pasado, obligadas a convivir bajo tierra tras el estallido de una guerra a escala global. No es simplemente un drama de convivencia. Es una alegoría política, una metáfora del encierro contemporáneo, y una crítica sutil al aislamiento elitista ante los problemas del mundo real.
Mientras en la superficie estallan bombas, el interior del búnker se convierte en un teatro de tensiones sociales, psicológicas y emocionales. ¿Quién manda en una crisis? ¿Qué significa sobrevivir? ¿Y qué se sacrifica en nombre de la seguridad?
La ciencia ficción ya no es ficción
“Hoy la ciencia ficción es casi naturalismo”, dice Pina. Y no es una frase lanzada al azar. En un contexto donde la inteligencia artificial escribe titulares, los conflictos militares amenazan con globalizarse y los multimillonarios compran terrenos remotos para construir refugios privados, El refugio atómico no se siente tan alejada de la realidad.
Es precisamente esa sensación de proximidad lo que convierte esta serie en un producto tan poderoso. La estética retrofuturista, que recuerda tanto a hoteles de lujo como a catálogos de diseño nórdico, hace que el espectador no sienta que está viendo “otro mundo”, sino una posibilidad del suyo. Una extrapolación.
¿Hacia dónde va la ficción española?
Lo que El refugio atómico pone sobre la mesa no es solo una propuesta estética o narrativa. Es una declaración de madurez. La ficción española ya no es solo exportable, sino deseable. Ya no imita formatos anglosajones, los reformula. Y, sobre todo, ya no teme al riesgo presupuestario, creativo o temático.
En un ecosistema donde los contenidos abundan y la atención escasea, diferenciarse es clave. Netflix lo ha entendido: ya no basta con tener una buena historia, hay que tener la historia que nadie más se atrevería a contar. Y en tiempos de incertidumbre global, contar la historia de un refugio subterráneo donde todo parece perfecto mientras el mundo arde, puede que sea la más necesaria de todas.
El refugio atómico no es solo una serie. Es un experimento visual, un ensayo político y una apuesta comercial. Es, también, una de las ficciones más caras, complejas y emocionalmente incómodas que ha producido la industria audiovisual española. Y precisamente por eso, merece ser vista.
En tiempos de ansiedad global, la pregunta no es quién se esconde en un búnker. La verdadera pregunta es: ¿cuántos de nosotros lo haríamos si pudiéramos?